Cuento por Marga Muñoz

¡Hola a todos!

Os dejo un maravilloso cuento de la que está destinada a ser una de las mejores escritoras del siglo XXI, y si no, tiempo al tiempo.

Marga, muchas gracias por dejarnos disfrutar de él.

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Lo único que Carmen podía divisar era aquel pequeño resplandor luminoso al final de la pendiente rocosa por la que intentaba caminar sin caerse.
No sabía muy bien que hacía allí, en realidad no tenía idea de cómo había llegado. A decir verdad, ignoraba dónde se encontraba, lo único cierto es que estaba triste, profundamente triste. Sentía un enorme peso, un agujero en el pecho por donde se escurría el aire de sus pulmones, el oxígeno que necesitaba para pedir ayuda. Estaba sola, terriblemente abandonada. Sus padres estaban siempre ocupados, discutiendo y empeñados en hacerse mutuamente desgraciados. Ella quería gritar, de hecho gritaba, pero no la oían, nadie oye a nadie, nadie es capaz de escucharse ni tan siquiera a sí mismo, ¿cómo iba entonces nadie a atender su callado llanto?.
Perdida en sus grises reflexiones no se había percatado de que estaba ya muy próxima a la fuente del resplandor. Era una luz tenue, parecida a la de una luciérnaga, y salía directamente de un pequeño espacio en el suelo. No se proyectaba mucho más allá de la zona que ocupaba, pero sí lo suficiente como para iluminar a cuatro figuras que estaban tranquilamente sentadas a su alrededor.
Carmen no podía apreciar bien los detalles, pero le pareció que sus rasgos estaban muy difuminados. Se detuvo para reflexionar sobre lo que estaba viendo. No sentía miedo, se preguntó si estaría dormida y aquello no era más que un sueño.
-      No, no es un sueño.
La respuesta llegó directamente a su cerebro sin pasar por sus oídos. Se sorprendió, pero seguía sin sentir miedo.
-      Acércate Carmen sonó de nuevo en su cabeza
Se aproximó al grupo sin vacilar.
-      Hola - dijo tímidamente - ¿Quiénes sois?
No hubo respuesta esta vez.
Ahora podía divisar sus rostros, eran caras agradables, tranquilas, con algo parecido a una leve sonrisa dibujada en sus peculiares labios.
-      ¿Qué estáis haciendo aquí? ¿Qué es esto?
-      Te estábamos esperando, nosotros vivimos aquí.
-      ¿Dónde? No sé donde estoy, no sé como he llegado hasta aquí. Todo está oscuro y yo estoy tan cansada sollozó.
-      Lo sabemos pequeña, no te preocupes, sabemos la razón por la que estás aquí y te vamos a ayudar. Te queremos Carmen, te queremos mucho y no te dejaremos sola nunca más.
Se sintió reconfortada con aquellas palabras. Algo se desató en su garganta y las lágrimas empezaron a fluir. Aquellas criaturas no se habían movido de las piedras que les servían de asiento, pero Carmen pudo sentir su abrazo.
-      ¿Por qué discuten siempre?
-      Han olvidado lo que importa.
-      ¿Cómo?
-      Muchas personas al mismo tiempo que ganan años pierden sabiduría. El concepto de felicidad se borra de sus mentes, y el sentimiento se escapa de su corazón. Sólo los niños la viven plenamente, pero cada vez durante menos tiempo.
-      ¿Y por qué pasa eso?
-      Hay demasiadas interferencias, demasiadas trampas que desorientan a los hombres. Se alejan de su espíritu y cuando quieren regresar muchas veces ya no encuentran el camino. Y siempre está el ruido, ese ruido que les envuelve permanentemente y les aturde. Se ponen nerviosos y siempre están de mal humor. No recuerdan sus deseos y no cuidan lo que verdaderamente aman. Dedican su tiempo a cosas que no les sirven y tampoco les ayudan a encontrar lo que necesitan. Se lo pierden todo, y cuando llegan al final hay amargura y unas manos que miran y ven vacías.
-      Yo no quiero ser así, por favor, no quiero.
-      Tú no vas a ser así. Mirarás el futuro con entusiasmo, vivirás el presente con alegría y tras de ti habrá un pasado repleto de riqueza.
-      No necesito mucho dinero.
-      Y no lo tendrás, pero serás rica, una auténtica privilegiada.
-      ¿Cómo se consigue?
-      Con felicidad.
-      ¿Y la felicidad?
-      Con pasión.
-      ¿Y si no lo consigo?
-      Lo harás pequeña, lo harás.
-      ¿Cómo lo sabéis?
-      Porque tú deseas hacerlo, porque ya has empezado. Has iniciado el camino hoy viniendo hasta aquí.
-      Hay más luz – dijo Carmen mirando a su alrededor.
-      Y habrá mucha más, todo se llenará de luz brillante.
-      ¿Dónde estamos?
-      Dentro de ti, has viajado a tu alma, has emprendido una aventura ardua y fantástica que te llevará a lo más recóndito de tu ser. Desde hoy crecerás y contigo también lo hará tu felicidad. Y tendrás una misión en el mundo, Carmen.
-      ¿Cuál es mi misión?
-      ¿Cuál es tu misión?
-      Ser feliz.
-      Sí.
-      ¿Cómo aprenderé?
-      Investigarás, te estudiarás, estarás atenta a tus reacciones, a tus miedos, a todo aquello que te paraliza. Identificarás cada rasgo de tu personalidad, te enfrentarás sin temor a todo lo que descubras, te quedarás con lo positivo y lo potenciarás, dominarás lo negativo y buscarás el modo de volverlo a tu favor. Serás tolerante contigo y con los demás e incorporarás la paciencia a tu vida, y al fin, la paz. En ese camino tendrás ayuda. Hay otros como tú, personas que no perdieron de vista que el objetivo de la vida es vivirla.
-      ¡Esa será mi misión!. Quiero sentirme feliz, quiero aprender y quiero compartirlo con los demás. Deseo ayudarles a hacer lo mismo. Quiero ver a papá y mamá amarse de nuevo, sonreírse y andar de la mano. ¿Podré?
-      Sólo si ellos lo desean, si aprenden a escuchar, si ansían curarse, si renuncian a la comodidad de no hacer nada. En definitiva, si son valientes.
-      ¿Os veré de nuevo?
-      Caminaremos contigo siempre, recuerda donde estamos.
-      Os veré. Ahora debo irme, me espera un gran trabajo y siento grandes deseos de iniciarlo cuanto antes.
Emprendió su camino de regreso. Ahora se veía mucho mejor y todo estaría más y más claro. Se notaba ligera y divisaba un nuevo horizonte, se llamaba felicidad.

Marga Muñoz

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